viernes, 21 de junio de 2013

"El Cantante" nunca murió, solo se hizo inmortal




El 30 de junio ya serán 20 años desde que Héctor Juan Pérez abandonó esta tierra, pero Héctor Lavoe sigue vivo, en cada cabeza y en cada corazón de un salsero. Todavía, después de tanto tiempo promotores, managers y copias baratas siguen aprovechándose de la memoria del jibarito para vivir como jeques árabes. Marc Anthony, Domingo Quiñónes, Van Lester, entre otros, son esos imitadores que han irrespetado la memoria de un ídolo, vendiéndole al público la imagen de un drogadicto arrebatado y no de aquel personaje que se entregó al pueblo latino hasta el ultimo día de su vida. Quizás yo no sea un veterano melómano de los que pudieron verlo en vivo, pero desde pequeño al escuchar al "Cantante de los Cantantes", sentí una química que nunca había sentido por ningún artista o género, al crecer supe que la mayoría de los barrios sentían lo mismo que yo y eso se debe a la malicia, el feeling, la versatilidad y el talento de Héctor.

En esta ocasión no creo ser yo el indicado para escribir algo en homenaje a un dios de la salsa como Héctor, pero sí quisiera dar a conocer el prólogo del libro "Cada Cabeza es un Mundo" de Jaime Torres Torres. Éste fue escrito por Willie Colón, quien no necesita presentación, pues fueron hermanos, complices, guerreros de mil batallas y juntos crearon un monstruo llamado salsa.


Prólogo

"Y si el corazón llora...
Yo le digo que se calle".

EL corazón de Héctor Lavoe sigue siendo un misterio para las personas que tanto lo recuerdan y quieren saber más de su ídolo . Héctor Juan Pérez, el jibarito del barrio Machuelito de la cantera de Ponce, nos sigue cantando como nos prometió: desde "la otra vida". Creo que son raros los barrios de América donde no se escuchan los soneos del Cantante de los Cantantes resonando por las avenidas y callejones.

Aunque toda la vida quiso ser un malandro de barrio, por muchas razones no pudo sobrevivir en ese ambiente. Héctor y yo nos identificamos porque a ambos la vida nos cayó a pedrá desde el principio.

La vida de Héctor no fue un cuento de hadas. Sus destrezas, su fama y su breve fortuna fueron adquiridas con el caro precio de sangre, sudor y sufrimientos. Aunque pudo superar las malas experiencias a través de toda su vida, el cúmulo de todo esto inculcó en él una soledad aplastante. Dicen que es mejor estar solo que con mala compañía, pero en el caso de Héctor Lavoe, cualquier compañía era buena. Y fue esta soledad la que le tejió una telaraña de la cual no pudo escapar. Solo, aún rodeado de gente.

Creo que fue ese corazón de jibarito el que lo hizo vulnerable a los joseadores y las marañas de la calle. Siempre espléndido y generoso, a veces la gente pensaba que él lo hacía para darse importancia. Pero algunos de sus amigos sabían que era que a veces le daba vergüenza el hecho de que no supo decir la palabra "NO". Ese detalle fue el colmo. Sobrevivir en ese ambiente requiere saber decir NO. La seducción y el éxtasis de la fama conllevan a un precio muy caro. La fama es tan adictiva como la heroína, tan fugaz como una quimera y tan inconstante como una mujer. Incondicionalmente necesitada e implacable en sus exigencias.

Héctor llegó a Nueva York; un jibarito pícaro. Jovencito, con maña y muchas ganas de triunfar. Un flaco bonitillo con mucha labia. Héctor era brillante, tenía un sentido del humor que era como un látigo para aquel que se atreviera a meterse con él. Tenía un impresionante repertorio de refranes y un vocabulario lírico y de estilos musicales sin igual, Por eso cuando yo quería hacer una canción en cualquier estilo, sea tango estilo Gardel, una bomba estilo Maelo o un mapeyé estilo Chuíto, Héctor lo entendía y lo ejecutaba sin perder un compás.

Si estudiamos bien las primeras grabaciones que nos ganaron el aclamo del público y recordamos nuestros éxitos más importantes como binomio, escucharán a un Héctor Lavoe claro, derecho, brillante y simpático. Juntos componíamos fácilmente. Héctor solo necesitaba que alguien se sentara con él y las ideas fluían como agua de una fuente.

Hoy día, solo nos presentan un Héctor Lavoe contorsionado, cantando arrebatado y hablando sucio. Esto se debe al talento limitado de sus imitadores, que solo les alcanza para hacer muecas de una caricatura de Héctor Lavoe. Homenajes siniestros que son meras oportunidades para promover artistas de poca creatividad y menos escrúpulos. Promotores y empresarios lo explotaron hasta el fin. Hasta en su agonía siguieron vendiéndolo y exhibiéndolo cuando ya no podía ni con su alma. Hoy continúan los tributos.

Productores le montan obras teatrales y hasta películas, sin hacer las investigaciones apropiadas y sin entender quién era Héctor Lavoe. Otros se han apoderado del libro de sus arreglos musicales y siguen usando el nombre de Héctor para una orquesta, recaudando fondos para caridades nebulosas.

La maldición de Héctor Lavoe no terminó con su muerte. Su espíritu sigue agonizando, atormentado por los que siguen viviendo de su nombre y ganando buena plata, mientas Héctor estuvo durante casi diez años en un cementerio sin una lápida. Gente que no lo conocían, que nunca hicieron nada por él, y que seguirán enriqueciendo a costilla de Héctor de cualquier manera.

De parte de Héctor Lavoe, le doy las gracias a Tite Curet Alonso, Héctor Maisonave, Arturo Franklin, Ismael Rivera, Cheo Feliciano, Rubén Blades y todos aquellos que contribuyeron de manera positiva en la vida de Héctor. Qué aquí en la tierra se haga justicia. Que se reconozca y respete el legado y la memoria de una verdadera estrella de los cielos puertorriqueños y el mundo: nuestro "Jibarito Guillado" Héctor Lavoe.


Willie Colón


"Rompe Saraguey", una de las canciones preferidas de Héctor, siempre la cantaba haciéndole un homenaje a   la santería.

De los últimos reencuentros de Héctor y Willie, fue en Panamá en el año 88 donde interpretaron varios de los temas que los consolidaron como binomio.